Informe del libro: "Experiencias extraterrestres con el Doctor Ángel Acoglanis" de Horacio Casco
El libro "Experiencias extraterrestres con el Doctor Ángel Acoglanis" de Horacio Casco, editado por el autor en noviembre de 2016 en Corrientes, Argentina, narra las vivencias del autor en relación con el Dr. Ángel Acoglanis, enfocándose en sus encuentros con seres de otros mundos y las sanaciones que este realizaba.
Prólogo, Dedicatoria y Agradecimientos
En el prólogo, el autor, Horacio Casco, comparte su curiosidad infantil por las estrellas, inspirada por su padre. Esta curiosidad se ve reavivada significativamente al conocer al Dr. Acoglanis, lo que describe como un "detonante" que lo llevó al conocimiento del Universo y a la certeza de que "no estamos solos". Menciona la existencia de civilizaciones más avanzadas y la creencia en un Dios que armoniza todo. Destaca el respeto con el que estos "Seres tan evolucionados" se conectan con nosotros y las cosas que nos brindan, como las "nubes estáticas" y la energía de sanación. El autor expresa su profundo agradecimiento a Dios por haberle permitido comprobar personalmente estas verdades, tanto en "Los Terrones" como en la "Estancia la Aurora", y por la curación de su esposa.
La dedicatoria del libro es para su familia y para todas aquellas personas con apertura a este conocimiento, que buscan satisfacer sus curiosidades y llenar necesidades internas, así como para quienes deseen conocer estas experiencias que, según el autor, "no son fantasía".
En los agradecimientos, Horacio Casco extiende su gratitud a su familia, incluyendo a su esposa, hijos, nueras, yernos, nietos y bisnietos, haciendo una mención especial a su nieto Gonzalo Luis Cedaro por su contribución en la compaginación del libro.
Encuentro con Acoglanis y la Sanación de su Esposa
El autor relata que su primer encuentro con el Dr. Ángel Acoglanis ocurrió hace 32 años, en 1983. La motivación de este encuentro fue el diagnóstico de cáncer de estómago que le habían dado a su primera esposa. Los médicos locales le habían indicado una cirugía de urgencia, pero Casco, guiado por una intuición, buscó una alternativa y se contactó con un amigo, Miguel Link, quien lo refirió a un abogado en San Marcos Sierra, Córdoba. Este abogado le proporcionó el número del Dr. Acoglanis en Buenos Aires, a quien describió como un médico que curaba con "energías muy particulares".
Horacio Casco llamó al Dr. Acoglanis, explicó la grave situación de su esposa, y la respuesta del médico fue directa y segura: "Ahh... Tráigamela que yo se la curo enseguida". A pesar del avanzado estado de la enfermedad de su esposa, quien había perdido mucho peso y presentaba síntomas severos, viajaron a Buenos Aires al día siguiente.
El autor detalla la primera consulta en el consultorio de Acoglanis en Av. Callao 1524. Describe cómo el Dr. Acoglanis comenzó a trabajar en la columna de su esposa, explicando a sus discípulos el proceso. Menciona la aparición de "tres puntos rojos" en la columna, que indicaban la localización del problema, y las explicaciones de Acoglanis sobre los vellos al finalizar la columna. Tras unos 25 minutos, Acoglanis trabajó en el estómago de la paciente, momento en el cual los síntomas desaparecieron. Las indicaciones para el tratamiento futuro incluyeron fundamentalmente consumir arroz integral todos los días y tomar algunos remedios.
El autor describe la notable mejoría de su esposa, quien comenzó a recuperar peso en 20 días y alcanzó casi su peso normal en 120 días. Durante 90 días, asistieron diariamente al consultorio, espaciándose luego las visitas a medida que la mejoría continuaba. El asombro de los médicos de Corrientes al constatar la curación es mencionado, y cómo estos atribuyeron la condición inicial a una gran úlcera y no a cáncer. La esposa del autor vivió normalmente por seis años más, siguiendo una dieta especial.
Casco también relata la invitación de Acoglanis a un Congreso mundial de medicina no tradicional en Madrid, España, al que asistieron él, su esposa y su hijo médico. Durante este congreso de 7 días, Acoglanis presentó el caso de su esposa como ejemplo de su método de curación.
Entrevista realizada por el amigo Pablo Grossi
Vivencias y Conocimientos Adquiridos.
Más allá de su faceta como médico sanador, Horacio Casco conoció a Ángel Acoglanis como un "hombre contactado con seres no de este planeta". En su segundo encuentro, Acoglanis lo invitó a ir a un lugar cerca de Capilla del Monte para ver "las naves", refiriéndose a lo que comúnmente se conoce como ovnis. Ante el entusiasmo del autor, fijaron una fecha y viajaron a Los Terrones, el lugar de contacto, donde Casco tuvo su primera "visión".
Durante los siguientes seis años y medio, Horacio Casco fue discípulo de Ángel Acoglanis, aprendiendo sobre naves y seres extraterrestres. En Los Terrones, descrito como un lugar de contacto e iniciación, existían cuatro estaciones desde donde observaban los sucesos. En la primera estación, saludaban a la nave del Comandante, que inicialmente fue Witaycon y luego Sarumah. Los saludos con cánticos y mantras eran respondidos por la nave con luces, y Acoglanis interpretaba sus mensajes en idioma Irdim (Cósmico).
En la segunda estación, presenciaban "cosas increíbles". El autor menciona ver naves intraterrenas salir a la superficie y regresar al interior de la tierra, así como otras naves que los iluminaban con luces de colores distintos a los de la tierra. También escuchaban coros maravillosos y el zumbido de las naves, coexistiendo con el trinar de los pájaros a pesar del frío. Acoglanis explicó que para ellos, estar allí era estar en "otra dimensión". Comentó que los pájaros y elefantes no mueren en esta dimensión, sino que parten a otra, poniendo como ejemplo la ausencia de pájaros muertos y la dificultad para encontrar cementerios de elefantes.
El autor relata un intento, junto al Dr. Juan Mural, de acercarse a una luz que veían cerca del camino en Los Terrones, pero esta se mantenía a la misma distancia, entendiendo luego la sonrisa de Acoglanis al darles permiso para ir. También veían la "Ciudad de ERKS" a la distancia y la nave custodia elevándose y descendiendo en su pórtico con variados colores.
Se describe un episodio en el que un Ser muy alto, de más de 2,50 metros, rubio y con ojos celestes, apareció agachándose en medio del grupo para llamar la atención. Acoglanis explicó que era el custodio de Los Terrones, un Ser del espacio. Este Ser se apartó, habló con Ángel y desapareció, siendo este el primer "contacto físico" que tendrían, y Acoglanis explicó que los contactos se realizan despacio para dominar el temor inicial.
Recreación realizada por Leandro Sahade
Casco menciona que estaban aprendiendo el idioma Irdim con rapidez, pero este proceso se vio frustrado por la muerte de Acoglanis. Destaca la excepcionalidad de Acoglanis, relatando el bautismo cósmico de dos de sus nietos, Agustina y Gonzalo, y cómo una nave iluminó a Agustina durante la ceremonia. También cuenta la experiencia con su hija Alicia y su nieta Adriana en Los Terrones, donde la niña, usualmente inquieta y llorosa, se durmió durante toda la visita.
El autor describe un suceso en el Cerro Alfa, donde Ángel Acoglanis se comunicó en idioma Irdim con "Hermanos" que estaban cargando agua en sus naves, recibiendo una respuesta de luces intermitentes. Acoglanis también le indicó que estos seres usaban la energía eléctrica del planeta y la savia del pino y el eucaliptus como alimento. En ese lugar, donde había un asentamiento de naves, una señora que canalizaba bien pudo ver naves madres, naves más pequeñas y a muchos Seres caminando.
Otro suceso extraordinario ocurrió durante una tormenta en Los Terrones con un grupo numeroso. Acoglanis, levantando las manos y hablando en Irdim, logró que la tormenta se disipara en pocos minutos, permitiéndoles realizar su trabajo bajo un cielo estrellado. La lluvia torrencial comenzó solo al retirarse y llegar a la ruta asfaltada. Este hecho impactó a su hijo Eduardo, quien era descreído.
Casco relata un contacto que tuvieron de noche, viajando de Los Terrones a Villa Allende. Cerca de La Calera, Acoglanis detuvo el auto, caminaron, y Ángel, hablando en Irdim, dio órdenes, apareciendo luces de naves que, tras un diálogo, formaron una "perfecta cruz" en el cielo.
En esa oportunidad, Acoglanis le habló de los "Hermanos Cósmicos", describiéndolos como buenos y misericordiosos. Comentó sobre el comportamiento de los terráqueos, que difiere del de seres de planetas más avanzados, y advirtió sobre "tiempos feos y de sufrimiento" para la Tierra, a la que consideraba un ser vivo que sufre por las acciones negativas del hombre. Acoglanis expresó su desagrado por la matanza de animales y el consumo de carne, enseñando que los dientes chatos humanos son para triturar y los dientes punzantes de los animales son para desgarrar, indicando que deberíamos alimentarnos de frutos, granos y semillas.
Acoglanis le contó que en una ocasión, viajando en una nave, vio la figura de un ser muy hermoso y al preguntar quién era, le respondieron que era el hijo de Dios, con la diferencia de que ellos no lo mataron, a diferencia de los humanos.
El autor describe una ceremonia en Los Terrones donde, separado del grupo y acompañado por Ángel, se acercó a una luz en el monte que se fue apagando a medida que llegaban. Al llegar, Acoglanis le pidió que se arrodillara, indicando que había Hermanos a su lado que él, aunque no veía, sentía y que le tocaban la cabeza. Ángel le pidió que bajara la cabeza, cerrara los ojos y, hablando en idioma cósmico, realizó un gesto con su mano alrededor de su cabeza, finalizando en el centro de su cráneo, momento en el que le dio su "nombre cósmico", pidiéndole que nunca lo revelara, ya que era "nada más que para mí". Describe este evento como una "ceremonia sacerdotal".
A medida que avanzaban en el conocimiento, aprendieron que las "nubes estáticas" son en realidad nubes que ocultan las naves de los Hermanos del Cosmos que están limpiando el planeta.
Se narra un curioso encuentro entre Ángel Acoglanis y José Triguerinho, fundador de un centro espiritual en Brasil. Una señora que no conocían sirvió de intermediaria para que ambos se conocieran, y tras acordar un encuentro, la señora desapareció sin que nunca supieran quién era. Después de conocerse, Acoglanis brindó a Triguerinho material para sus libros sobre ERKS, Miztliltlan y Aurora, entre otros.
Casco menciona un accidente que tuvo Ángel durante un viaje a Iguazú para abrir otro centro llamado YACUL en Paraguay, donde Ángel se rompió la clavícula y no pudo continuar viaje a Brasil. Durante su estancia en Iguazú, el autor vio la nave más grande hasta ese momento, describiéndola como enorme, con muchos colores y a baja altura, posiblemente una "nave madre".
Estancia La Aurora
El autor y Acoglanis también conocieron la Estancia La Aurora en Salto, Uruguay, cuyo dueño era Don Ángel María Tonna. Don Ángel Tonna, aviador del Estado, compró la estancia y al poco tiempo comenzaron a tener vivencias. El primer suceso notable ocurrió una noche estrellada, con un trueno muy fuerte a las 3 de la mañana. A la mañana siguiente, descubrieron que faltaba uno de los dos árboles de ombú cercanos a la casa, y en su lugar había un pozo de gran profundidad. Este evento fue reportado en diarios mundiales. La policía, las fuerzas armadas y la NASA investigaron el suceso. Con el tiempo, el ombú reapareció crecido, el pozo se tapó, y pequeños animales que pasaban por allí quedaban petrificados.
El segundo suceso descrito es el encuentro de Don Ángel Tonna con un hombre y una mujer muy altos, de cabellos largos y barba en el caso del hombre, quienes se presentaron como Nicolás, el comandante del centro de curación de Aurora, y Maia, una sacerdotisa. Ellos le explicaron su misión y por qué lo habían elegido a él.
Don Ángel Tonna les mostró y relató a los visitantes todo lo que allí sucedía. Contó que un grupo de soldados armados se apostó cerca de la casa con órdenes de disparar a cualquier luz que aterrizara. Sin embargo, cuando dos luces aterrizaron, los soldados no pudieron disparar y sufrieron una descompostura orgánica. Ante estos sucesos, abandonaron el lugar por consejo de la NASA.
En otra visita, Don Ángel les contó que el día anterior habían estado en la estancia los astronautas Armstrong y Collins. Don Ángel le regaló al autor un cassette de música espacial grabado por Armstrong en la estancia, que él considera mantras de curación, ya que un hermano de Don Tonna se curó de una grave enfermedad cardíaca escuchándolo.
Cassette pasado a digital titulado: La Música de las naves
En el campo de la estancia, existen figuras grabadas en el suelo donde no crece el pasto, incluyendo una Cruz de 2,20 x 1,50 metros que, según el autor, tiene energía cósmica. Un sacerdote con una enfermedad terminal se curó acostándose en esta Cruz y dejó allí su escapulario en agradecimiento.
Se menciona la estadía del vidente argentino Don Pedro Romaniuk y un astrónomo en la estancia para investigar las naves que aterrizaban. A pesar de instalar aparatos, estos nunca funcionaron; en cambio, una perra detectaba la llegada de las naves con ladridos especiales. A esta perra, los Hermanos del Cosmos le colocaron una "piedrita basáltica en su cabeza". La perra sobrevivió a un incidente en el que una nave, al volar bajo, cortó los alambres y mató a un toro y a otro perro, que quedaron petrificados. La perra tuvo cachorros que fueron llevados por los Hermanos de las naves.
También se formó una laguna de agua curativa creada por los Seres Cósmicos. Sin embargo, debido al abuso de la gente que robaba el agua para comerciar y no seguía las indicaciones, la laguna se secó.
Don Ángel Tonna comentaba lo difícil que es enfrentarse a un Ser del Espacio debido a la intensidad de su energía. Relata el caso de una señora que insistió en ver a Nicolás; al hacerlo, aunque no pudo soportar la energía y se desmayó al intentar mirarlo a los ojos, alcanzó a ver dos iluminaciones que eran el aura de Nicolás y Maia.
El autor describe una visita a la estancia con un grupo de 60 personas. Durante esta visita, conoció a un hombre de La Plata cuyo padre tenía un problema visual progresivo. Habló con Don Ángel Tonna, quien le dio una piedra de basalto para que el padre la colocara sobre sus ojos, lo que resultó en la curación de su visión.
Casco también estuvo en la estancia con José Triguerinho y sus discípulos. Triguerinho le regaló a Don Ángel Tonna un libro titulado "AURORA", dedicado a la estancia y basado en las indicaciones de Acoglanis.
Se relata un intento de contacto físico con Hermanos del Cosmos en una pequeña habitación apartada. Aunque se manifestaron con ruidos dentro de la habitación, dos personas del grupo sintieron miedo y se retiraron, impidiendo el contacto físico.
El autor destaca la bondad de Don Ángel Tonna, que a veces le impedía contener los abusos, como en el caso de la laguna curativa. Menciona el interés de los Mormones en comprar un campo frente a la estancia. Sin embargo, Nicolás y Maia depositaron una suma considerable de dólares en la cuenta de Don Tonna para que él comprara ese campo. En ese campo se construyó una gruta en homenaje al Padre Pío, con la finalidad de difundir su figura y, a su vez, desviar la atención de la estancia, cuyo acceso se cerró para la mayoría de los visitantes, permitiendo la entrada solo a determinadas personas autorizadas por Tulio, el hijo de Don Tonna.
La última vez que el autor vio a Don Ángel Tonna y a su esposa Elena fue en la Gruta del Padre Pío, recogiendo papeles dejados por los visitantes. Don Ángel le informó que las visitas como antes ya no serían posibles y que su hijo Tulio estaba a cargo.
Asesinato de Ángel Acoglanis
Horacio Casco dedica un capítulo a narrar los eventos que rodearon el asesinato de Ángel Acoglanis, del cual fue el "único testigo ocular". Según su relato, el asesinato ocurrió el 19 de abril de 1989, a las 8:35 de la mañana. En ese momento, Casco se encontraba con su esposa en el consultorio, siendo atendidos por Acoglanis.
El Dr. Kachurosky avisó a Acoglanis que Rubén Antonio lo esperaba en la cocina contigua. Rubén Antonio, quien asistía diariamente al consultorio para ver a su esposa (una médica que trabajaba allí), esperaba con un maletín. Su presencia comprometía a Acoglanis y a los otros médicos. Acoglanis le había advertido a Rubén Antonio, a través de su esposa, que dejara de ir al consultorio. Ante la tercera advertencia, Acoglanis le hizo saber que si no obedecía, "destaparía la olla".
El autor explica que "destapar la olla" significaba que Acoglanis se había enterado de que Rubén Antonio, quien sería funcionario del futuro gobierno de Menem, estaba involucrado en una organización de contrabando de armas y "otras cosas" para apoyar la guerra en Medio Oriente por intereses petrolíferos. Esta amenaza fue el "detonante" para que Rubén Antonio y su entorno reaccionaran.
Casco describe la escena del asesinato: Acoglanis abrió la puerta de la cocina, saludó a Rubén Antonio, y al darse vuelta, Rubén Antonio sacó un pistolón del maletín y le disparó por la espalda a la altura de los riñones. Acoglanis alcanzó a decir "noo...!!" antes de recibir otro disparo que le rozó la cabeza. En ese momento, el autor abrió la puerta de la cocina, creyendo que había explotado una garrafa, y vio a Rubén Antonio sacar un revólver del maletín y dispararle a Acoglanis en la cabeza delante de él.
Rubén Antonio miró a Casco, dejó el maletín con las armas y se dirigió a la Comisaría de la Policía Federal número 17, que estaba cerca del consultorio. Salió con los brazos en alto, gritando "maté a un brujo, maté a un brujo", fingiendo locura. En la comisaría, creyeron que estaba loco, pero al indicar el lugar del crimen, la policía llegó rápidamente y no permitió la salida de nadie.
Como único testigo, Horacio Casco no fue liberado hasta la una de la mañana, después de participar en la reconstrucción del hecho junto a la jueza a cargo del caso. Durante la reconstrucción, Rubén Antonio fue traído esposado y relató los hechos con una frialdad que estremecía. Al finalizar, la jueza indicó que lo llevarían detenido al Instituto Borda.
Rubén Antonio estuvo dos meses en el Instituto Borda, luego un tiempo en Buenos Aires, viajó a España y regresó. La única noticia posterior sobre él fue que se había tirado de un piso 15, aunque se dudaba si realmente era él o alguien más con sus documentos.
Tras el asesinato, Horacio Casco se encargó de entregarle a la esposa de Acoglanis los objetos de importancia y la recaudación del día. La esposa se enteró de la noticia a través de Osvaldo, dueño del Hotel Roma. Casco conoció a dos hijos del primer matrimonio de Acoglanis, Miguel Ángel (fallecido joven) y Oscar.
Crimen de Acoglanis: Los Informes de Mario
El autor enfatiza que su narración del asesinato es "tal como realmente fue" y busca dar a conocer la verdad ante las "tergiversaciones" en otras publicaciones. Menciona que, poco tiempo después de la muerte de Acoglanis, compró 15 hectáreas que le pertenecían a él.
Reflexiones Finales
Horacio Casco conserva el lugar donde pasó gran parte de su vida y en ocasiones ha ido con un pequeño grupo a un sitio cercano, donde han visto cosas sorprendentes, similares a las que presenciaban con Ángel en Los Terrones. Finaliza expresando su afecto y agradecimiento hacia Ángel Acoglanis, a quien considera un Ser del que aprendió mucho y que le hizo vivir experiencias misteriosas y fascinantes. Menciona a Ángel Acoglanis y Ángel Tonna como los únicos seres contactados que conoció personalmente, aunque tuvo una breve referencia de otro en la Laguna Iberá. Describe una experiencia personal en la ruta cerca de la Laguna Iberá, donde vio luces y cosas similares a Los Terrones que respondían a los mantras que emitía.
El libro incluye fotografías que, según el autor, son mensajes transmitidos por las naves, descifrados por Ángel y pasados en limpio. También presenta imágenes de nubes estáticas, naves, la Ciudad de ERKS, la Cruz y otras figuras grabadas en el suelo de la Estancia La Aurora, así como fotos de personas relevantes en su historia.
El libro fue impreso en Moglia S.R.L. en Corrientes en noviembre de 2016 y el ejemplar consultado fue comprado en noviembre de 2022 en la librería Nagual de Capilla del Monte,Córdoba, Argentina.
Entrevista a Casco realizada en el programa: Cielos Profundos